Modelo y Peluquería: Alina Bakrev
Fotografía y Estilismo: Iván Macía
No sé si os he dicho alguna vez que tengo un amigo que su tatarabuelo, o su tatara-tatarabuelo ya no me acuerdo, era alemán. En concreto el hombre se llamaba Hans Otto Benz y estaba haciendo sus primeros pinitos en fotografía, un arte que por aquel entonces estaba en pañales, y nunca mejor dicho porque sacar una fotografía era complicado y era muy fácil cagarla.
Pero el caso es que el bueno de Hans era un cabezón así que fue perfecccionando la técnica, ayudado por su acomodada posición burguesa que le permitía acceder a las últimas innovaciones en fotografía, allá a mediados del s.XIX. A pesar de regentar el negocio familiar, carruajes Benz, su sueño era llegar alguna vez a montar un negocio fotográfico, Hans Otto Foto, algo que vislumbraba como un plausible futuro, no para ganarse la vida sino casi como un hobbie que pudiera mantenerle activo.
Hans sentía un cierto desinterés por las mujeres, algo que preocupaba en su familia. Por un lado, se sentía presionado por casarse con una chica de conveniencia, supuestamente a la altura de su posición, pero la mayoría de candidatas eran tontas, estiradas o más feas que pegar a un padre. Por otro lado, existía otra horda de Fräuleins (señoritas) que se hacían pasar por burguesas, intentando de manera subrepticia que sucumbiera a sus, a veces evidentes, encantos.
Así, espantado por tanta pretendiente y a su vez pretendiendo progresar en la fotografía, el bueno de Hans aprovechaba los fines de semana para practicar sacando paisajes, y se iba con su cámara y carruaje fotográfico (se utilizaba por aquel entonces colodión húmedo) a las estribaciones de los Alpes. Allí las pocas mujeres eran campesinas y en general iban a lo suyo, conscientes de su poco atractivo para alguien de su estatus.
Estaba así un día fotografiando las montañas cuando de repente, vio a lo lejos algo que le llamó la atención entre el verdor del campo. Parecía una mujer, pero no era capaz de verla bien, así que cogió los prismáticos, otro invento reciente, que le había regalado su amigo francés Francois Voyeur y empezó a escrutar a aquella mujer. Aquello que vio le dejó embelesado, sus cabellos dorándose al sol, sus rasgos dulces, sus vertiginosas curvas, su actitud desenfadada, un precioso vestido y un encanto desmedido. Estuvo un buen rato observando, los minutos cayendo sin remedio hasta que fueron sus brazos los que dijeron basta, cansados de sostener los prismáticos. No quería acercarse para no asustarla, pero estaba decidido a saber algo más de aquella mujer…
Allí estaba el bueno de Hans Otto, precursor de Hans Otto Foto, observando, obnubilado, anonadado, tremendamente atontado, los prismáticos una extensión de sus ojos, casi sin ser consciente que gracias al regalo de su amigo Francois Voyeur estaba ejerciendo con cierta inocencia y casi sin quererlo la para algunos morbosa actividad de observar si ser visto, dando nombre a la misma.
No era esa sin embargo su intención a medio plazo, pues quería conocerla y sin embargo no se atrevía y volvía recurrentemente al sitio para intentar verla, alegre, feliz, desenfadada, hermosamente bella, oliendo a flores desde la distancia y saltando jovialmente para ilustrar la Primavera, su Primavera… Porque para Hans la Primavera era ella, y todo lo demás decorado…
Hans Otto estaba desconcertado. Por primera vez en su vida una mujer le había llamado ciertamente la atención. Y no se atrevía a dar ningún paso, sólo se dedicaba a observar, a elaborar una estrategia de acercamiento, sin saber si le abocaría al abismo de la ignorancia o al edén del amor correspondido.
La observaba cogiendo flores y pensaba que aquella mujer tendría muchos pretendientes, como si cada uno fuera un pétalo de una flor por deshojar y él fuera sólo fuera un pétalo más, de los primeros en caer. Por qué debería fijarse en mí pensaba, mientras deshojaba mentalmente su propia margarita, en un recurrente y obsesivo me querrá… no me querrá… me querrá… no me querrá… me querrá….
Al fin y al cabo quien iba a fijarse en alguien que estaba fuera de lugar, portando un armatoste hasta los confines de los Alpes sólo por el placer de retratar el paisaje. Un hombre adelantado a su tiempo o un iluso alejado del mundo? Tenía que reunir fuerzas para acercarse a ella, el miedo lo paralizaba pero la incertidumbre le estaba matando. Pobre Hans-Otto, ya ni siquiera podía disfrutar de las fotos. Paradojas de la vida, él que quería huir de las mujeres para acabar irremisiblemente detrás de una de ellas. Eso sí, la flor más bonita, la que esperaba sola en el campo deshojando la margarita…
Nuestro querido amigo Hans-Otto seguía en un dilema. Podría decirse casi que espiaba a su musa de los Alpes, pero en realidad tenía un punto de inocencia pues el acecho estaba orientado a elaborar una estrategia de aproximación.
Llegado un punto era evidente que ella conocía de su presencia, pero era imposible que supiera que su artilugio de tres patas sirviera para retratar el paisaje. Y no sólo el paisaje porque Hans empezó a apuntar con la cámara hacia donde ella estaba y empezó a disparar. Una vez tras revelar las fotos, se dio cuenta que entre ellas había algunas fascinantes. Era como si toda su alegría y belleza se concentrara en instantes mágicos, con una luz radiante envolviéndola como un aura. Hans no podía dejar de ver aquellas instantáneas y algunas veces casi hasta se ruborizaba.
Casi sin querer, Hans-Otto había descubierto la fotografía de retratos y quizás pudiera considerarse el primer paparazzi de la historia. Sin embargo, y aunque Hans no se diera apenas cuenta, pues para él no parecía posible, ella parecía ser consciente de todo aquello, y su aparente despiste bien pudiera ser una seducción orquestada o un pionero trabajo de modelo a la causa entregada….. Y si no, os dejo algunos retratos de Hans para que juzguéis por vosotros mismos…
Estaba pues nuestro querido amigo Hans-Otto en una encrucijada tras su flor de loto, un callejón sin salida, un atasco en su vida y ocurre que en estas cosas muchas veces la solución viene a ti cuando menos te lo esperas. Así que un día de estos, cansado de observar sin ser visto y desalentado por su impotencia, Hans se centró en hacer aquello a lo que había venido, que no era otra cosa que disfrutar del maravilloso paisaje alpino e intentar retratarlo con el mejor tino.
Cuando estaba concentrado mirando por el visor de la cámara alguien se le acercó y le dijo: «Guten Morgen, wie geht es Ihnen?», lo que viene siendo un «Buenos días, qué tal está usted?» en la lengua de Cervantes. El bueno de Hans dio un respingo tras aquellas palabrás mágicas y cuando pudo salir de la cortina de la cámara y la vio, el corazón se le puso en la boca y seguidamente se ruborizó y se puso como un tomate de caserío alemán. No se sabe muy bien lo que balbuceó en esos instantes, pero tuvo la suerte de que aquella bella campesina no sólo se interesara por él, sino que observaba con curiosidad, casi divertida, aquel artilugio con el que ese hombre pasaba gran parte del tiempo.
Finalmente, consiguió articular una respuesta coherente y elaborar una conversación básica, lo que hoy podríamos decir de ascensor, que si que bonito el paisaje ha salido un día espléndido. Una cosa sí que sacó en claro Hans, además de que lo de la timidez no iba con aquella mujer, y es que le dijo por fin su nombre: Margarethe Schönenblume, en alemán Margarita Florbonita. No dejaba de ser curioso el nombre, como si toda aquella historia de los pétalos en que él pensaba empezara a tener algo de sentido. Y tras la breve pero emocionante conversación, ella ni corta ni perezosa se puso delante de la cámara, casi como queriendo posa, para ser parte esencial del paisaje…
Así que allí estaba ella, con toda su arrebatadora naturalidad, después de haber roto el glaciar en que aparentemente se había convertido Hans. Los días siguientes se veían frecuentemente, saliendo uno al encuentro del otro, sin citas previas, regidos por el calendario de la casualidad más o menos forzada. Aquello era divertido, ella hacía como que no le veía e instintivamente posaba para él, regalándole de vez en cuando una fugaz y pícara mirada, y otras veces una poses épicas, en un juego que encantaba a Hans, que no perdía detalle mientras su cámara echaba literalmente humo. Así que poco a poco, de la mano de la señorita Flor Bonita (Schöneblume) Hans fue descubriendo el verdadero secreto de la fotografía, el hecho de que la cámara no sólo puede capturar luz, sino que esta es un medio para transmitir emociones, y Hans estaba tremendamente emocionado.
Por supuesto toda esta historia tuvo un final feliz, porque suponemos que el bueno de Hans no se limitaría sólo a hacer fotos, así que además de fundar la exitosa empresa Hans-Otto Photo, pionera en la fotografía de retrato, y por lo que cuentan, suponemos que tras algún que otro revolcón en el campo, se casó con nuestra pionera modelo y fueron muy felices, y comieron codillo, e hicieron muuuuuchas fotos… 🙂